sábado, 14 de agosto de 2010

La dolce vita


Título: La dolce vita
Director: Federico Fellini
Intérpretes: Marcello Mastroianni, Yvonne Furneaux, Anouk Aimée, Anita Ekberg
Año de estreno: 1960

Debo reconocer que el visionado de las películas de Fellini que he visto hasta ahora me han descubierto que, por muy director de culto que sea, a mí no me gusta. Su mensaje no acaba de llegarme, y aunque me reí en Amarcord por su reflejo de la gente de los pueblos italianos, no acabé de ver 8 1/2 porque me aburrí y La dolce vita me ha dejado bastante fría, aunque como me suele suceder, le reconozco escenas muy buenas. Creo que el problema reside en su simbolismo, que no acabo de captar. Habrá quien me pregunte: ¿te gusta Ingmar Bergman y no te gusta Fellini? Pues sí, así es. Cosas que pasan.

El protagonista de La dolce vita es Marcello, un periodista que escribe para una revista de cotilleos y que se encuentra en el meollo de la vida nocturna italiana. Sus noches llenas de excesos están perladas de encuentros con excéntricos personajes de diverso pelaje, hedonistas todos ellos, mientras se debate entre tres mujeres: su desequilibrada novia Emma, su amante millonaria Maddalena y la exuberante actriz Sylvia.

El desarrollo de La dolce vita no es exactamente lineal, ya que los acontecimientos no están relacionados entre ellos. Las secuencias reflejan, simplemente, cómo transcurre Marcello las noches en Roma. Los personajes con los que se cruza (fotógrafos hambrientos de una exclusiva, intelectuales pasados de rosca, gente humilde que anhela un milagro, aristócratas desfasados...) dan una imagen muy simbólica del estado de la sociedad italiana tras la II Guerra Mundial, que tras la derrota se refugia en el popular "a vivir, que son dos días". Juega un papel importante la religión, ya sea ignorada (la estatua de Jesucristo que sobrevuela Roma colgada de un helicóptero) o buscada como último recurso (la secuencia del falso milagro). En total se trata de siete episodios, más un prólogo y un epílogo, vistos a través de los ojos del indolente Marcello, al que la repugnancia que le provoca lo que ve le acaba sacando de su oficio pero le arroja en una vida de exceso. También se destaca, en el prólogo y en el epílogo, la lacra de la incomunicación.

Puntuación: 5

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